29.3.24

GUILLERMO MARTÍNEZ / LOS SIGNOS DE ADMIRACIÓN

 “Hay que tener cuidado de mantener a raya los signos de admiración, porque estos signos dan la sensación fácil pero falsa de que pueden aumentar por sí solos el terror de una escena, o la sorpresa ante algo inesperado, o la intensidad de un clímax sexual. Incluso, arrastrados en esa facilidad, a veces se llega a creer que si se ponen dos signos de admiración podría incluso duplicarse esa clase de efecto. Esto en general no sólo no ocurre así, sino que los signos, por ostentosos, de inmediato sobresalen y le dan al relato un aire de ingenuidad de principiante. Con esa ingenuidad -y hasta con triple signo- se usaban en algunas novelas del pasado, por ejemplo al principio de Fantómas (1911):

 

- No es nadie [Fantómas]… ¡y sin embargo es alguien!

- Bueno, ¿y qué hace ese alguien?

- ¡¡¡Da miedo!!!”

28.3.24

PABLO DE SANTIS / MIS SUPERSTICIONES

 “¿Por qué escribimos historias? ¿Por qué queremos instalar, en el mundo de lo real, nuestros fantasmas personales? ¿Es un puro juego, o hay algún tipo de saber en la ficción? Aventuro una respuesta: escribir relatos es una manera de unir los dos reinos antagónicos en los que transcurre nuestra vida. Estos reinos son la experiencia y la imaginación. Al escribir historias podemos unir los fragmentos de lo que hemos vivido con el placer de imaginar lo que no existe. Hay otro momento en que estos reinos se unen: cuando soñamos. Pero en el sueño no tenemos ningún poder. En cambio, en la vigilia ejercemos el control sobre nuestras historias, borramos o agregamos personajes o escenas, corregimos las palabras para eliminar ambigüedades.

Aunque el material de nuestros relatos esté templado en el inconsciente, tomamos decisiones para que la narración parezca el resumen de algo más grande y complejo. Para que los personajes, que son apenas palabras, convenzan al lector de la importancia de su destino. Para que sean más claras sus escenas, a pesar de que siempre en la ficción hay un poco de niebla. Para que en el final asome alguna clase de asombro.

Tal como ocurre en el sueño, esa máquina del tiempo, al escribir regresamos a la infancia, porque fue el momento en que conocimos las historias y porque tuvimos entonces una primera idea de la literatura. Esas tempranas impresiones suelen ser extraordinariamente persistentes, y todo lo que viene después -el descubrimiento de autores, de teorías, de modas, el hechizo de la novedad y su correspondiente hartazgo- muy a menudo no son sino modos de volver a representar aquella primera imagen. En cierto modo, siempre estamos escribiendo cuentos para dormir. La literatura pone en alerta, llama la atención sobre lo por venir, pero también cierra, completa, consuela. Siempre está presente esa fidelidad al mundo de la infancia, como si con el primer cuento que nos contaron hubiéramos recibido como legado una nación tan extraña como desierta, que luego llenamos, a lo largo de los años, con montañas y reinos y conflictos y héroes.”